En unos pocos países se ha aprobado legalmente las uniones homosexuales, y se les ha denominado “matrimonios”, para que tengan los mismos derechos que los matrimonios heterosexuales. Los homosexuales quieren tener inclusive derecho a adoptar niños. En nuestro país hay movimientos que pretenden conseguir lo mismo, es decir, el llamado matrimonio civil homosexual, y protestan por la firma con interpretación de la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes.
En el Perú la mayoría es católica; sin embargo, entre los católicos ha tenido muy escasa difusión el documento que, en junio de 2003, el cardenal Joseph Ratzinger —hoy Benedicto XVI—, en su calidad de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó con el título Consideraciones acerca de los proyectos sobre reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, que refleja los lineamientos más actualizados de la moral católica sobre esta materia.
El documento señala que la homosexualidad es para la Iglesia inmoral, antinatural y dañina; y la Sagrada Escritura considera a los actos homosexuales graves depravaciones (Rm. 1:24-27, 1 Cor. 6:9, 1 Ti 1:10). La forma más grave es la manifestación pública de esa conducta; así, los actos homosexuales son más graves cuando suceden fuera de los límites de la intimidad y se hacen públicos.
El documento recuerda que el matrimonio ha sido fundado por el Creador para ser núcleo de fecundidad y nuevas familias (Gén. 2:24, 1:28), fue instituido como sacramento por Jesús (Ef. 5:32).
En el diccionario de la Real Academia Española leemos para matrimonio: “unión de hombre y mujer mediante determinados ritos o formalidades legales”. La misma acepción corresponde a los demás idiomas. Está claro que se trata de la unión de un hombre y una mujer; esto es una consecuencia del derecho natural.
El intento de obtener estatus de matrimonio para las uniones homosexuales es una grave y malévola denigración del término. Por eso, la intención de emplear la palabra matrimonio para las uniones homosexuales es un insulto a las legítimas uniones matrimoniales de hombre y mujer del presente, del pasado y del futuro. Y como lo señala el documento citado: “La legalización de las uniones homosexuales estaría destinada por lo tanto a causar el obscurecimiento de la percepción de algunos valores morales fundamentales y la desvalorización de la institución matrimonial.”
La presión de los movimientos homosexuales para legalizar sus uniones son reclamos absurdos, no hay necesidad de innovaciones legales. Los homosexuales tienen abierta la posibilidad de formar una sociedad o asociación en la cual estipulen sus deberes y derechos, y podría tratarse no sólo de dos personas, sino incluso de varias, pues las variantes son muchas: dos homosexuales, más de dos homosexuales, incluso bisexuales con homosexuales que practican sexo grupal.
El problema sería si escogen homosexualidad con zoofilia, pues la ley no contempla en las asociaciones o sociedades a los animales como sujetos con derechos para decidir. En ese caso podrían realizar sus prácticas de bestialismo sin legalizarlas.
Además, inclusive tendrían la opción de desistir de su sociedad de dos o más sin tampoco denigrar la palabra divorcio. No hay necesidad de recargar la legislación ni las burocracias municipales y judiciales, que cuestan a los contribuyentes, con mayor razón, en un país como el nuestro, en el cual muchas necesidades básicas no pueden ser atendidas por escasez de recursos. Los homosexuales dicen que una unión “matrimonial” les asegura derechos de seguridad social, de herencia, de asistencia mutua, etc. Pero viene una pregunta: ¿por qué hombres y mujeres homosexuales desean “legalizar” su unión?, ¿acaso no confían el uno del otro?, ¿o su seriedad moral es tan débil que sólo con una “legalización” se sienten seguros? Entre la gente normal, los heterosexuales, muchos conviven sin casarse, forman familia y viven sin desconfianza.
Como vemos, no se puede argumentar discriminación cuando se cuenta con las opciones legales señaladas para tales uniones, que inclusive ya se dan de hecho.
Algunos homosexuales argumentan que están predispuestos genéticamente a esa conducta; sin embargo, los estudios científicos no son concluyentes a este respecto, y aun suponiendo que existiera predisposición, más bien se reporta la desaparición de conductas homosexuales con una educación y ambiente adecuados. Entonces, los educadores, medios de comunicación y autoridades educativas, tienen una gran responsabilidad. Dice el documento mencionado: “Si todos los fieles están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las uniones homosexuales, los políticos católicos lo están en modo especial, según la responsabilidad que les es propia.”
La demostración de que las conductas homosexuales pueden ser eliminadas sería la prueba más contundente de que la homosexualidad no es más fuerte que la voluntad del ser humano; tal es la grandeza del ser humano, que ha nacido con una conciencia que le dice lo que es correcto. El hecho de que pueda existir una tendencia en la persona hacia conductas impropias no debería ser motivo para tratar de imponer ese modo de vida como modelo aceptable socialmente. Si no, además del día del orgullo homosexual, tendríamos el día del orgullo de los adúlteros, de los exhibicionistas, de los ladrones, de las prostitutas y de incontables desviaciones. La sociedad debe sostener un ambiente social y moral adecuado para las generaciones futuras, con mayor razón si nuestra población es mayoritariamente cristiana.
Dice el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “la Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual”. Estando en la fuerza de la voluntad humana el vencer a una tendencia homosexual, aprobar la conducta homosexual sería reconocer que hay seres humanos condenados a permanecer cautivos de sus instintos, y que son incapaces de luchar contra esa tendencia. El pecado no es más fuerte que el ser humano (Gen. 4:7). Sería cerrarles el camino de la esperanza.
Cuando los homosexuales celebran el día de su “orgullo”, se visten ridículamente, lo que indica que de algún modo son conscientes de estar interpretando en cierta forma una caricatura de vida. Ellos pueden ser libres de ridiculizar su vida, pero no de ridiculizar el matrimonio, la familia ni la sociedad.
Peor es la intención que tienen las uniones homosexuales de tener derecho a adoptar niños. A este respecto, el documento señala: “la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería gravemente inmoral y se pondría en abierta contradicción con el principio, reconocido también por la Convención Internacional de la ONU sobre los Derechos del Niño, según el cual el interés superior que en todo caso hay que proteger es el del infante, la parte más débil e indefensa.” Si tanto interés tienen los homosexuales por el bienestar de la niñez, tienen la posibilidad de efectuar donaciones a instituciones que albergan niños abandonados.